"Creo que te comprendo", dijo ella, colgándose de su cuello, y fue a decir todavía algo pero no pudo seguir hablando, y como el sillón estaba al lado del lecho, bascularon y cayeron en él. Allí yacieron, pero con menos abandono que aquella noche. Ella buscaba algo y él buscaba algo, furiosamente, haciendo muecas, hundiendo cada uno el rostro en el pecho del otro, sus abrazos y sus cuerpos que se alzaban no les hacían olvidar sino que les recordaban ese deber de buscar; como escarban los perros desesperados en el suelo, así escarbaban ellos en sus cuerpos y, desvalidos y decepcionados, buscando una última feliciad, recorrieron varias veces con la lengua el ostro del otro. Solo el cansancio los dejó tranquilos y mutuamente agradecidos. Las muchachas subieron entonces. "Mira como están allí tendidos", dijo una de ellas y, por compasión, echó sobre ellos una sábana.El castillo, Franz Kafka
dilluns, de desembre 06, 2010
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