dilluns, de desembre 06, 2010

"Creo que te comprendo", dijo ella, colgándose de su cuello, y fue a decir todavía algo pero no pudo seguir hablando, y como el sillón estaba al lado del lecho, bascularon y cayeron en él. Allí yacieron, pero con menos abandono que aquella noche. Ella buscaba algo y él buscaba algo, furiosamente, haciendo muecas, hundiendo cada uno el rostro en el pecho del otro, sus abrazos y sus cuerpos que se alzaban no les hacían olvidar sino que les recordaban ese deber de buscar; como escarban los perros desesperados en el suelo, así escarbaban ellos en sus cuerpos y, desvalidos y decepcionados, buscando una última feliciad, recorrieron varias veces con la lengua el ostro del otro. Solo el cansancio los dejó tranquilos y mutuamente agradecidos. Las muchachas subieron entonces. "Mira como están allí tendidos", dijo una de ellas y, por compasión, echó sobre ellos una sábana.

El castillo, Franz Kafka