dimarts, de maig 25, 2010

Todo

*Por Luchino Sívori

Parte II
“En una palabra, mi obra es digresiva, y también progresiva, y es ambas cosas a la vez.”
Laurence Sterne, Tristram Shandy (1760)


Pretender averiguar el por qué de lo pasado es prácticamente una pérdida de tiempo para muchos. No se piensa ni se cree que las cosas del pasado explicadas puedan llegar a modificar el rumbo de las decisiones del presente. En general el pasado recobrado se limita a esferas más
bien artísticas, creativas, de uso y para goce de gente minoritaria y poco común. Los resultados, como puede comprobarse, no son tan relevantes como los motivos mismos de la recuperación.
A pesar de ello, leer estas líneas del tiempo puede a veces desenmascarar zonas que, sin estas búsquedas, permanecerían ancladas en sus escondites. Hablo de las historias que cuentan aquellas desviaciones y omisiones, de los agujeros negros de nuestras biografías, del olvido. Todas ellas pueden estar traduciendo, reinterpretables como son, personalidades propias que siguen estando presentes; aunque, eso sí, algo desvirtuadas por el paso indefectible del tiempo.

2.
La familia quedó en cuatro sin contar a mi Baba. La abuela siempre fue un familiar que entró y salió del grupo familiar por cuestiones de geografía urbana y humana. Vivió con nosotros por muchos años en la casa del fondo y desde allí el olor a sopa matinal denotaba su presencia; su sopa y sus caminatas apresuradas por el pasillo desde la que se veía, nunca estuve seguro, su sombra o la mía. Pasaba con velocidad mientras yo la observaba sin ser observado y sabía que a veces giraba su cabeza disimuladamente para que ver qué hacía, especie de juego inconsciente para el resto pero consciente para ambos, suerte de vigilancia rigurosa de familiares distanciados por el tiempo y la edad pero unidos por una geografía que más que sopesar inconvenientes los estimulaba, incrementándolos hasta el punto de que la privacidad y la intimidad de los miembros de la casa se mezclaba con los sonidos que venían del otro lado de la pared, o por esos espacios entreabiertos de las ventanas mal cerradas por donde una voz demasiada alta se colaba para no dejarte dormir, leer, o simplemente estar.
Anclada en su casita del fondo funcionaba como una especie de Sabio de la antigüedad. Allí iba cuando no encontraba respuestas; incluso –puedo recordar ahora mientras escribo y me vuelvo
consciente– iba allí a buscar las preguntas; incógnitas y acertijos que me incitaban a buscar(me), perfilando mi personalidad finalmente con respuestas siempre cambiantes, nunca eternas.
Pero hay algo más curioso aún que esas charlas de oráculo-discípulo versión infantil: el sonido de la presencia que tenía la Baba.
Pasaba y el sonido de chanclas arrastrándose por el piso hace que ahora, aquí en Barcelona, no pueda verme capacitado para describir. Intentémoslo:
. Sequedad mezclada con tierra seca del jardín, posiblemente con arena o piedras de tamaño muy pequeño.
. Sequedad de suciedad rejuntada en la base de la chancla, quizás con pelos de Murka –el gato- mezclados con pasto del jardín del fondo.
. Sequedad, a secas.
Todos estos sonidos no esclarecidos más otros son los que la formaron hoy a la Baba para poder ser descrita en estas hojas: las chanclas indescriptibles, las cucharas golpeando la cacerola de la
sopa –y el olor de la sopa indisociable al ruido– , los comentarios marxistas-leninistas que, por mi edad y mi capacidad mental, eran imposibles de traducir (solía decirme que “tenía que capitalizar
mi tiempo”), el modo de decir hola cuando atendía el teléfono como si fuera la primera vez en años que no te hablaba, etc.
Y es aquí donde haré un inciso rotundo y poco sistemático, pero necesario. Si mi intención es dotarle de forma a este personaje vital en mi vida es obligatorio que asuma la responsabilidad de
contar sus orígenes. Siendo mi objetivo el de esclarecer los baches de la Historia no puedo más que recurrir a la misma Historia –personal y ajena– para llegar a una “foto” más cercana de la
realidad. Para ello recurriré a un cassette del 2004 grabado por la misma Baba y mis traducciones escritas y mentales. Allí va:

BABA
Nacida en ……… ,
Ucrania. Hija de una familia de clase media de campo, con gallinas y pollos y unos padres muy trabajadores, mi abuela –Catja– vivió sus primeros trece años en medio de un ambiente en el que no faltaba nada: tenía amigos, familia, y gallinas. Su pueblo, …………, era pequeño y tranquilo, a pesar de que los problemas de lengua –hablaban ucraniano pero debían aprender el ruso, porque la URSS los había tomado bajo su imperio y ellos, gran país de tamaño pero pequeño en fuerza, se habían sometido a las órdenes de la potencia comunista– y algunos culturales hicieron
replantearse el exilio a muchos de ellos. En 1939, año en que Alemania – me pregunto qué visión de Hitler habrá tenido mi abuela, con apenas 13 años y en un pueblo que se veía amenazado por
un tipo con bigotes que gritaba, en un idioma imposible, a miles de soldados que ella, Catja, no quería porque la veían inferior y posiblemente susceptible de ser esclava por razones de raza y
esas cosas; tampoco quería a los otros soldados que luego ganaron la guerra pero perdieron otra, que no eran muy lejanos pero sí menos extraños, cuyas artes y casas su país copiaba y cuyos
héroes, décadas posteriores, se convertirían en asesinos no muy distintos ni mucho más guapos que aquél tipo con bigotes– decía, entonces, 1939, año en que Alemania y el Imperio Germánico
invadieron, rompiendo el pacto soviético-francés-alemán, un país reinventado llamado Polonia, donde años antes había vivido una persona que sería la más importante para Catja: mi abuelo.
El viaje fue largo y tuvieron que salir desde Londres. El destino, que iba a tomar unos treinta días en barco, era un país americano, cuyo nombre y fama en aquellos años eran sinónimo de dinero y
oportunidad, chance y futuro. Por supuesto que Catja no sabía nada de aquel país, más que unas simples oraciones en cartas enviadas por su padre …….., quien había viajado allí unos años
antes, quizás visionario de un ataque inminente o por pura visión comercial especulativa. Argentina – decía mi abuela muchos años después, mientras preparaba mate como una auténtica gaucha pampeana¬ – era el país de moda: estaban EEUU y Canadá, también, pero mi papá se decidió por este país y allí tuvimos que ir yo y mi mamá, que nunca aprendió la lengua y cuidó de nosotros lo mejor que pudo. Así que ahí estaba mi Baba, con su hermana y su madre y su padre, todos menos su hermano que –por ser el hijo varón– se tuvo que quedar cuidando de la casa, hasta que un día los alemanes cruzaron la frontera y su vida se enfrió debajo de la nieve eslava, seguramente imaginándose a su familia en un país lejano como último recuerdo, el último de unos pocos, porque solo había podido ver la vida 17 años. El padre de mi abuela no supo
de su muerte hasta pasados unos años; su familia había decidido no contarle nada, porque la decisión de dejar a un niño solo en un país invadido había sido suya. Cuando se enteró, su dolor fue tan grande que perdió una mano luego de una caída feroz mientras trabajaba. La familia se vio obligada a trabajar para mantenerse: mi abuela limpió la casa de una familia alemana judía y su hermana la ayudaba, mientras que su madre –siempre ucraniana y siempre triste– se quedó sola y enfermó cuando su marido, en un ataque de odio hacia el mundo y el destino, decidió quitarse la vida ahorcándose en un parque público. Las tres mujeres se quedaron solas, en Buenos Aires, y en esa ciudad sudamericana, siempre tan castigada como la vida de tantos inmigrantes que la formaron como mi abuela, la Baba se hizo lo que hoy es para mi algo imposible de escribir, como sus fugaces caminatas por el pasillo de la casa del fondo o el olor a sopa por la mañana.

dimarts, de maig 18, 2010

Rebenta de festa ara, rei meu.

Que quan pari la música i apareguin la solitud i la mort, només et quedarà l'oblit per mirar-li l'escot.

dissabte, de maig 08, 2010

Wendla

I en acabar, un nen li va dir: se t'han vist les calces, i a partir d'aquell dia, quan la mare li posava faldilles ella només jugava a fer sorra fina.

dissabte, de maig 01, 2010

Atrapados

Cuando más lo necesitas,
a cualquier hora,
para que tus piernas recuperen
todo su esplendor.

Regálate este masaje
perfecto que te dejará
con una sensación total
de descanso.

La caducidad es la indicada y
no se ampliará bajo ningún concepto.